La contaminación global ha llegado a niveles sin precedentes en la historia de la humanidad.
Los paisajes del Ecuador y del mundo están inevitablemente fundidos con indicios de basura. Basta con salir a las calles o emprender un viaje corto y fijarnos en los costados de la carretera para palpar nuestros hábitos de consumo.
He viajado por todo el país desde que tengo uso de razón y he visto cómo el entorno ha evolucionado.
Hoy en día observo a diario como la señora de la tienda vende cincuenta centavos de producto en una funda plástica sobredimensionada que automáticamente se convierte en basura. Veo cómo un niño compra tres panes y un jugo en la panadería de su barrio y en dos minutos ha dejado una huella contaminante por la funda plástica y el envase desechable del jugo. Esto sumado con la funda que usó el panadero como guante para agarrar el producto.
El derroche de los plásticos de un solo uso no tiene control ni conciencia por su costo ínfimo. Pero el costo que afecta al medio ambiente en que vive el panadero, el niño y todos nosotros es colosal y mortal.
En la ciudad, miles de personas sobreviven vendiendo productos ambulatoriamente en las calles, buses, semáforos, en las afueras de cualquier evento masivo y miles de personas lo consumen. Para algunos es un gusto que se dan, para otros, esa empanada es su comida después de su jornada laboral. La cadena no lo podremos ajustar a un círculo sostenible tan rápido como urge, pero los materiales sí.
Las calles están copadas de basura, las paradas de buses en las ciudades tienen como denominador común los vestigios de los productos de la relación entre el vendedor y el consumidor.
El desarrollo de la sociedad con todo lo que ha tenido que sufrir, las ventajas y desventajas, hoy en día está en tal vez el mayor de los retos: el sobrevivir al medio ambiente que está dejando a su paso. No sólo la generación presente, sino nuestras descendencias estaremos sufriendo las mayores consecuencias al no contar con agua pura para beber y nadar en playas contaminadas con microplasticos.
Las olas de nuestras costas traen todo tipo de basura generada por nuestros hábitos alimenticios y de consumo en general.
El esfuerzo de los pescadores artesanales paradójicamente es contrastado por los restos de lo que van dejando a su andar. Las playas están llenas de redes, tarrinas, sachets y cientos de ítems que se han podido contabilizar y tanto los niños de las comunas pesqueras al igual que todos nuestros niños nadan en playas contaminadas por microplásticos.
El control y la regulación de los plásticos de un solo uso es un asunto de suma urgencia. La educación debe dar un giro acorde con las necesidades ambientales de la actualidad y futuras.
El Ecuador está ubicado geográficamente en una zona de vital importancia para el ecosistema general del planeta y para humanidad, y resulta de suma importancia que la sociedad sea regularizada y paralelamente educada en cuanto el consumo habitual.
Este nuevo siglo apenas ha empezado, estamos a tiempo de subir el siguiente escalón en la evolución de la conciencia, y la sociedad necesita de sus líderes para seguir el ejemplo.
Los plásticos de un solo uso deben quedar en la historia como una faceta de alto costo a la que pudimos sobrevivir. Y nosotros debemos pasar a la historia como los actores que empezamos el cambio.
Arturo Dejo Espinel